Para empezar, creo
que la familia y la escuela son las dos instituciones sobre las que recae la
máxima responsabilidad educativa, no pueden ni deben realizar su función sin
unos canales de intercambio permanente.
En la escuela se
hace mucho más que instruir, se educa en valores, se enseña a ser y a convivir.
Por otra parte, los alumnos también son instruidos y educados fuera de la escuela.
El hecho de que familia y escuela compartan una parte importante de los objetivos
educativos debería hacer posible y deseable la colaboración entre ambos.

Pienso que es un
hecho importante educar a los padres y madres para que aprendan a valorar la
labor del docente y los progresos de sus hijos. Normalmente los padres están
poco informados de lo que sus hijos hacen una vez que entran en la escuela, y
su conocimiento sobre la misma se reduce a lo que ellos vivieron en su
infancia, pero como todo, la enseñanza evoluciona. Sin embargo, los padres
deben estar unidos con la escuela siguiendo un objetivo: conseguir la mejor
educación para sus hijos. Debemos cuidar entonces nuestras relaciones
y tenemos que procurar que sean un paso facilitador para la consecución de este
objetivo.
Para que la participación
de los padres sea efectiva es necesario proporcionarles información básica y formación académica
suficiente.
Por otra parte, conocer
las características y las posibilidades de participación de cada uno, es una
condición fundamental para que puedan ser utilizados adecuadamente por los
padres y madres de los alumnos. Pero, las actuales condiciones sociales y labores de las madres y padres evitan
en la mayoría de los casos que se llegue a la consecución de los mismos porque
se enfrentan a jornadas de trabajo excesivas, a la necesidad de trabajar ambos
para garantizar la buena situación económica, dificultando de una manera muy
clara su derecho de participación dentro de las escuelas.
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